Jerónima De La Torre, Adicción y toxicomanía, Ciudad Real, España.

Adicción y toxicomanía

"Una vida marcada por las drogas"

Jerónima De La Torre

Jerónima De La Torre

Imagen de perfil de Jerónima De La Torre, Adicción y toxicomanía, Ciudad Real, España

Mi nombre es Jerónima y soy esposa de Agustín, que es enfermo alcohólico en proceso de rehabilitación y tenemos cuatro hijos, tres de ellos adictos politoxicómanos. Vivimos en un pueblo cercano a Valdepeñas que se llama Moral de Calatrava. Allí nací y me crié como una de tantas, con una infancia feliz y normal en aquella época que mezclaba los juegos con las tareas del campo en las temporadas de vendimia, aceituna, recogida de algodón, etc.

En la juventud conocí a Agustín, el que iba a ser mi marido, ignorante de todo lo que se me avecinaba por culpa del alcohol y las demás drogas. Él era un chico normal y en relación con los consumos no había nada importante. Se bebía algún vino que otro y ya está.

Todo empezó cuando Agustín y yo nos fuimos a trabajar a Torrejón de Ardoz. Por aquel entonces ya tenía dos hijos que eran pequeños todavía. Él empezó a relacionarse con personas de su nuevo entorno y poco a poco fue cambiando sus costumbres. Empezó por llegar cada vez más tarde a casa. Al principio era cada dos o tres días, pero con el paso del tiempo se convirtió en una rutina diaria. Llegaba muy tarde por la noche e incluso se llevaba a nuestro hijo de ocho años con él de vez en cuando y no volvían hasta las dos o las tres de la mañana. Los consumos iban aumentando con el paso del tiempo y nuestra relación empeorando. La persona que yo había conocido en mi pueblo no tenía nada que ver con la que vivía conmigo ahora.

También los problemas fueron aumentando. Un día llegó a casa llorando del susto que tenía porque un compañero suyo y él se vieron envueltos en una riña y casi se los cargan en el lugar donde se iban de juerga.

Con todo esto, el tiempo iba pasando. Ya teníamos cuatro hijos y mi marido casi no los conocía porque seguía con su rutina de trabajo de día y fiesta de noche. Cuando llegaba a casa a las tres o cuatro de la mañana solo podía verlos durmiendo y ya está. Yo me encontraba muy sola en Torrejón. No tenía el apoyo de nadie y no podía contar lo que me estaba pasando. Mi vida se centraba en el cuidado de mis hijos y en el trabajo en un supermercado.

Pasaba el tiempo y la cosa seguía igual con mi marido. Los hijos iban creciendo y la casualidad fue la que me dio otro golpe.

Un día mientras lavaba la ropa de mis hijos, descubro unas manchas de sangre en la manga de una camisa. Mi sospecha se confirma, y por si fuera poco, ahora en casa tenía a un marido alcohólico y a un hijo adicto a la heroína. Esto supuso que me hundiera más en mi desesperación.

Para remediar en parte la situación, puse a mi hijo unas normas y cuando llegaba tarde, no le abría la puerta y tenía que dormir en la escalera de casa. Pero esto no era solución, Él para costearse su dosis me robaba joyas y cosas de valor que teníamos en casa. También, en muchas ocasiones, mi marido tuvo que ir a pagar las deudas del consumo de mi hijo. Iba a pagar a los camellos que lo amenazaban con matarlo si no pagaban lo que debía.

Decidimos llevarlo a Vitoria a Proyecto Hombre y allí lo ingresamos. A los quince días de dejarlo allí, se escapó y volvió a Torrejón. En el camino de vuelta conoció a una chica y entre los dos cometen varios atracos. Debido a estos delitos, lo arrestan. Es condenado a ocho años de prisión.

Cuando terminó de cumplir la condena se puso a trabajar con mi marido y parecía que había aprendido la lección aparentemente. Sin embargo, el que no había aprendido nada era Agustín, mi marido, que seguía en su línea de juergas y consumos.

Por si esto no fuera poco, descubro que otro de mis hijos es consumidor de alcohol y cocaína, por lo que ahora en mi vida tenía a un marido alcohólico y a dos hijos politoxicómanos. Estaba realmente hundida y me refugiaba en mis otros dos hijos que no consumían.

En un intento de cambiar de ambiente, cambiamos de ciudad vendiendo el piso de Torrejón y mudándonos a Azuqueca de Henares. Pero no cambió nada, todo siguió igual o peor por culpa de las drogas.

Continuando con esta situación insostenible, lo siguiente es que mi hijo Juan, aquel que cumplió condena y que yo creía reformado, no lo estaba en absoluto. Se juntó con otra chica que era también toxicómana. Tuvieron un hijo, imaginaros la situación de esa pareja de adictos con un niño pequeño. Todo el dinero que mi marido ganaba era para los consumos de los dos y el niño era lo último de la lista.

Mi otro hijo Carlos tiene un hijo con una chica, pero no se hace cargo de él porque también es adicto y a ella le diagnostican brotes esquizofrénicos que hacían imposible el cuidado del pequeño. Nos vimos en la obligación de hacernos cargo de la criatura, teniendo nosotros el acogimiento familiar y la Junta de Comunidades la custodia del niño. Esto supone más carga para mí, a parte del dolor que me produce ver como este hijo mío sigue destruyéndose, rechazando cualquier tipo de ayuda que le ofrezco para la recuperación.

"Nos queda mucho que recuperar ahora que el alcohol no está en medio de nosotros"

Foto de la historia de salud de Jerónima De La Torre, Adicción y toxicomanía, Ciudad Real, España

Con este panorama a mi marido le sale la oportunidad de volver a trabajar, así que nosotros regresamos a Moral. Pero todo sigue igual porque él sigue con su rutina de consumos y juergas y yo triste y resignada.

Para colmo de males, mi hijo Juan, aquel que estuvo en prisión, sigue con su mala vida junto a su pareja, dando como resultado que lo volvieron a ingresar en prisión ocho años más. A los dos meses, recibo una llamada de una enfermera del Hospital 12 de Octubre, diciéndome que la pareja de mi hijo había dado a luz a una niña de forma prematura y que la madre la había abandonado en el hospital dejando mi número de teléfono. Nos llamaba para saber si nos hacíamos cargo de la niña. La situación que se nos presenta era desoladora: mi hijo en la cárcel por sus adicciones y sus dos hijos a nuestro cargo. El panorama era de los más triste para mí, que me encontraba en el centro de todos los problemas.

Por un lado, mi marido, y por otro, mis hijos. Estaban acabando conmigo.

Le llega el turno a mi hijo pequeño, Miguel, que en un principio y junto con su hermano mayor eran los dos que no estaban dentro del mundo del alcohol y las drogas. Me equivocaba otra vez. Se juntó con una chica y se fueron a vivir juntos a un pueblo de Guadalajara, que se llama Aloveras. Ella tenía hijos y con él tuvo otro. Empezaron los consumos y los problemas entre ellos: denuncias por maltrato, órdenes de alejamiento, etc. Por estas cosas lo condenan a hacer servicios comunitarios. Mi hijo vino a cumplir los servicios comunitarios a Moral de Calatrava y es cuando decidió que quería recuperarse de sus adicciones. Se puso en contacto con ARAV (Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Valladolid) y empezó su rehabilitación con ellos. Se dio cuenta de su enfermedad y mientras estuvo por aquí no faltó a las reuniones empezando el camino a la rehabilitación. Ha recompuesto su vida y está viviendo y trabajando en Azuqueca de Henares. Yo no podía aguantar mucho más esa situación que se me presentaba en casa. Por un lado, un marido alcohólico y por el otro, tres de nuestros cuatro hijos adictos y con problemas en sus vidas como consecuencia de sus acciones y consumos. Si bien es cierto que el pequeño se estaba rehabilitando, los otros dos seguían igual. A todo esto, hay que sumar a las tres criaturas que trajeron al mundo y que yo cuidaba en soledad.

Por estos motivos, me harté de la situación y le di un ultimátum a mi marido, diciéndole que o se ponía en tratamiento para recuperarse de su adicción o se iba de casa. Como no quería dejar de beber, se fue de casa a vivir al campo, a una parcela que allí tenemos y fue allí donde se le ‘encendió la bombilla’, y pidió ayuda a un vecino que asistía a las terapias de la asociación. Como todos los que empiezan, era reacio a lo que le decían sus compañeros y decía que eso no era para él. Pero poco a poco se fue integrando con el apoyo de sus compañeros y así llevamos ya algo más de dos años de rehabilitación. Me resultaba casi imposible de creer que después de tantos años de consumos y de penas, que solamente hablando y contando nuestros problemas y experiencias con las adicciones, él se fuese a recuperar de su enfermedad. A mí me iban a comprender y a ayudar a encontrar lo que Agustín necesitaba para su recuperación y también para la mía propia.

A día de hoy nuestra relación va mejorando, con nuestros problemas cotidianos, pero ahora somos una familia. Yo tengo el marido que nunca tuve. Y los niños un abuelo con el que contar para todo.

Nos queda mucho que recuperar ahora que el alcohol no está en medio de nosotros.

No quiero terminar mi relato sin antes agradecer a todos los compañeros de la asociación, por su cariño y ayuda. Sin ellos no hubiera sido posible la recuperación de mi marido y de mi hijo Miguel. Gracias.


 

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